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Globos que vuelan sin retorno

  • Foto del escritor: Alba Ruiz Tenza
    Alba Ruiz Tenza
  • 30 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

- Mamá, mamá, ¿y si el tren no tiene billete de vuelta? – pregunta la pequeña Marta con los ojos llenos de ilusión.

- Tranquila cariño, Eme Jones os traerá de vuelta en cuanto encontréis el tesoro– le responde su madre mientras una amplia sonrisa ilumina su cara, qué rápido ha crecido su pequeña.


Chuches, globos, estampas y libro de firmas. Desde el recibidor se observan los diamantes que tanto brillan en la mirada de Marta. Hoy ha recibido su primera comunión y su vestido blanco como el cuarzo se mueve al ritmo de sus saltos de alegría. La exploradora acaba de llegar y la aventura va a comenzar.


El objeto misterioso se esconde entre las cuatro paredes que forman ese patio interior. Plantas frondosas y un pozo forman la esencia de esta historia. Quince voces de niños y niñas suenan al unísono. El paracaídas se extiende a lo largo del cuadrado. Las pequeñas manos que sujetan cada extremo multicolor se mueven de arriba abajo con la fuerza de un gigante Cada niño, un color. Cada color, un continente.


- Y ahora vamos a viajar a… ¡Europa! – exclama Jones mientras disfruta de la estampa.

Cambio de posición. Bajo el paracaídas solo busca su color: el verde, el que han asociado a dicho continente antes de empezar la aventura. Y así se siente, como el verde. Con la esperanza de ser la ganadora de este reto. Nerviosa y expectante ante cualquier pista que le depare donde se encuentra el tesoro. La primera prueba ha terminado y los continentes en sus mentes se han quedado.

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Una cuerda en el suelo simula el tren que lleva al destino escogido. El destino que se muestra la pista que han ganado: la Capadocia. Globos aerostáticos del tamaño de una casa. La ilusión en esos quince rostros que con los ojos cerrados sienten la brisa de la región turca. Los exploradores hacen el recorrido, paso a paso, de lado a lado.

Los ojos de Marta vuelven a hacer chispas, el enigma está a punto de resolverse. Los encajes de su vestido también notan la presión. Tiene que encontrar la llave para abrir el cofre que tiene entre sus manos, ese que ha encontrado en el pozo lleno de colores. La busca. Y la vuelve a buscar.


Es el momento imparable de Eme Jones. Tiene que sacar la llave maestra del bolsillo trasero de su pantalón y lanzarla. Hasta que…


- La llave no está– pensó. Y entonces recordó el momento en el que se bajó del coche con los materiales, la llave debe haberle cogido cariño al suelo del recibidor cuando voló de su pantalón. No sabe qué hacer. No puede romper la magia.


Cuando de repente…


- Seño Jones, yo tengo la llave, yo tengo el poder! – exclamó el más pequeño de los quince. El hermano de Marta. El nervio hecho persona, que antes de empezar ya había hecho carreras en círculo en el recibidor.


Y entonces, todo cuadró. No solo la sorpresa de los pequeños. Eme Jones aprendió, una vez más, que estos son quienes más tienen que enseñar y supo que a la próxima, la llave iría en cualquier sitio menos en ese bolsillo trasero.

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Por Alba Ruiz

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© 2021 Alba Ruiz Tenza

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